miércoles, 19 de septiembre de 2018

Ofensiva "Amarillo", Posible y Decisiva. Parte I

OFENSIVA 'AMARILLO', POSIBLE Y DECISIVA. Parte I



Aunque Inglaterra y Francia le habían declarado la guerra a Alemania el 3 de septiembre (1939), en octubre aún no daban trazas de atacar. El ejército inglés apenas empezaba a llevar tropas a suelo francés.
Hitler consideró que era el momento más favorable para lanzarse sobre Francia (Ofensiva "Amarillo") y así se lo hizo saber al general Halder, jefe del Estado Mayor General, y al general Brauchitsch, jefe del Ejército. Ambos se inclinaban por continuar las gestiones de paz.
Hitler contestó que ya había tendido su mano varias veces animado por deseos de paz y amistad, y que en cada ocasión le habían contestado con un puñetazo en los ojos. Inglaterra insistía en el caso de Polonia, pero él, Hitler, planeaba restablecer el Estado polaco; no tenía el menor deseo de "empacharse con polacos". A Inglaterra no se le reclamaban sus atropellos en la India, Egipto y Palestina, pero todo era inútil. Inglaterra quería proseguir la guerra contra Alemania.
En consecuencia, a fines de septiembre Hitler ordenó al Estado Mayor General que preparara la ofensiva sobre Francia (llamada Operación Amarillo). En un memorándum especificaba que la Wehrmacht (fuerzas armadas alemanas) se encontraban en su punto moral más alto, después de su victoria en Polonia y que era el momento de capitalizar lo logrado. Había que aprovechar la superioridad aérea alemana, que era temporal, y lanzarla concentradamente contra las fuerzas enemigas, no contra ciudades. Por su parte, los tanques avanzarían adelante de la infantería sin pasar por el laberinto de las ciudades, sino rodeándolas.
Los franceses tenían superioridad numérica en tropas y en tanques, pero manejaban éstos con la táctica antigua de vincularlos al paso de la infantería. Además, el tiempo trabajaba en favor de los aliados; más tropas inglesas iban llegando a Francia y era posible que atacaran a Alemania en su talón de Aquiles, o sea la cuenca del Rhur.

Pero nada de esto convencía al jefe del Estado Mayor General, Franz Halder, ni al jefe del Ejército, general Brauchitsch. Tampoco al general Von Leeb, comandante de un grupo de ejércitos, ni a su compañero Von Bock.
Todos ellos habían participado en la campaña de Polonia porque creían que el pacto de no agresión firmado con la URSS evitaría que Inglaterra y Francia entraran en la guerra; porque la potencia polaca era inferior a la alemana y porque las demandas que se le hacían eran evidentemente justas, como las de construir una vía ferrovía y una carretera a través de territorio que había sido alemán y que, al cercenársele en la pasada guerra había dejado a Alemania separada de su provincia de Prusia.
Pero una campaña sobre Francia era muy diferente. En el ánimo del Estado Mayor y del alto mando estaban muy presentes las sangrientas batallas de la Primera Guerra Mundial. Batallas de trincheras, finalmente perdidas.
Hitler insistía en que las circunstancias en 1939 eran diferentes. La guerra relámpago (blitzkrieg) tomaría de sorpresa a los anglobritánicos, en combinación con los aviones Stuka que atacaban en picada, con precisión sobre los objetivos militares.
Sólo el almirante Raeder, jefe de la Marina, estuvo de acuerdo con Hitler. Sí—decía— es el momento de un ataque masivo. "Cuanto antes venzamos, más breve será la guerra y menores las bajas."
Hitler fijó el 12 de noviembre para iniciar la ofensiva. Ante la resistencia del Estado Mayor, que invocó el mal tiempo, la fecha se pospuso para el día 17.
Los generales Kluge y Reichenau tampoco creían en que se pudiera vencer a Francia.
De todos era sabido que la poderosa Línea Maginot, erigida por Francia, era prácticamente invencible, pues se calculaba que escindirla costaría un millón de bajas. Por ahí "Amarillo" sólo realizaría un simulacro, a cargo del general Von Leeb. El ataque principal pasaría por Bélgica, y para cubrir ese flanco se invadiría también a Holanda.

Al general Von Leeb y a varios comandantes les parecía que eso era violar principios, ya que ambos países eran neutrales.
¡Nada de neutrales!, decía Hitler. La reina Guillermina de Holanda se entendía con Londres, y algo parecido ocurría con el rey Leopoldo III de Bélgica. Sus cañones apuntaban hacia Alemania. Y cuando aviones alemanes sobrevolaban esos territorios para tomar fotos de Inglaterra, salían aviones a tratar de derribarlos, lo cual no ocurría cuando aviones ingleses pasaban para tomar fotos de Alemania.
El jefe del Estado Mayor, general Halder, señalaba que el paso por Bélgica tropezaba con la poderosa fortaleza de Eben Emael, cuya artillería de grueso calibre no podría ser anulada mediante bombardeo aéreo. Hitler pidió fotos, características, etc., y dijo que la fortaleza podía ser capturada por tropas llevadas en planeadores. Descenderían en el techo de Eben Emael y lanzarían poderosas granadas por las amplias hendiduras de los grandes cañones.
—Vamos a ganar, incluso contradiciendo a cien doctrinas" de Estado Mayor—, dijo Hitler al general Jodl.
Hasta el mariscal Goering llegó a albergar dudas.
Hitler les hacía ver a todos que la neutralidad de la URSS era temporal y que urgía aprovecharla. En efecto, Stalin había decidido que primero se hicieran pedazos angloamericanos y alemanes, y él entraría al final para recoger todo el botín.
Pero nada convencía ni al Estado Mayor ni a los altos mandos. Así se iba perdiendo tiempo.