jueves, 6 de diciembre de 2018

Hitler en la cárcel: ¡hogar, dulce hogar!

Hitler en la cárcel: ¡hogar, dulce hogar!


Aunque le habían condenado a cinco años, Hitler sólo estuvo nueve meses en la cárcel y los empleó en concebir un futuro imperio nazi dirigido por él mismo.



En 1924, Adolf Hitler tuvo tiempo más que de sobra para reflexionar. Después del fallido golpe del año anterior, fue encerrado en la prisión de Landsberg, al sur de Baviera, y aunque en teoría estaba preso, la temporada en el viejo fuerte no le causó gran sufrimiento. Los guardias de la cárcel se habían quedado muy impresionados con sus discursos y arengas durante el juicio y le daban un tratamiento de huésped de honor. Podía recibir a sus amigos y a los miembros del partido, que le traían regalos para hacerle la vida más dulce, y desde su celda observaba el suave y ondulante curso del río Lech a través de la campiña alemana.

Hitler explicaría más tarde que su proyecto de convertirse en Führer se consolidó en la cárcel. En sesiones de una hora, dictaba sus ideas acerca de Alemania, el nazismo y también sobre sí mismo a su fiel asistente, el estudiante Rudolf Hess, que recogía hasta la última palabra. Hitler le explicó a Hess su visión de una futura Alemania nazi. En la Historia, había habido dos imperios alemanes: el Sacro Imperio Romano Germánico, que se hundió a comienzos del siglo XIX, y el imperio que, a finales de ese mismo siglo, había construido Bismarck. Hitler quería crear el Tercer Reich, un gran Estado alemán habitado por arios y con él mismo como Führer.

Volver a lo grande
Pero si esperaba grandes manifestaciones en su honor, debió de llevarse una decepción. Desde el fallido Putsch de Múnich, en 1923, Alemania había cambiado mucho. El país recibía ahora millones de dólares procedentes de Estados Unidos en forma de préstamos. Al mismo tiempo, Francia había relajado su control de las áreas industriales de la Región del Ruhr. LO cual daba una falsa impresión de prosperidad que habría de acabar fatalmente con la crisis mundial de 1929.

El Partido Nazi, por el contrario, se encontraba muy fraccionado. El ministro del Interior de Baviera les había prohibido presentarse a las elecciones del estado y también le había prohibido a Hitler hablar en concentraciones públicas. En las elecciones de diciembre de 1924, perdieron la mitad de los votos –no llegaron al millón– y los líderes pensaron seriamente en claudicar y disolverse, pero el liderazgo de Hitler impediría tal cosa.

En este momento crítico, Hitler se recluyó en un apartamento de una sola habitación situado en la última planta del número 41 de la calle Thiersch, en Múnich. Allí acabó de dictar la primera parte de Mein Kampf y diseñó un plan para reconstruir el partido. En la cárcel había decidido que renunciaba a golpes militares. Ahora quería llegar al poder de forma legal, utilizando las mismas armas que sus oponentes.

El 16 de febrero de 1925, el Partido Nazi y su órgano de prensa recuperaron la legalidad y, 11 días más tarde, Adolf Hitler habló en un mitin masivo por primera vez desde el Putsch de Múnich. Después de un discurso de dos horas, los 4.000 asistentes estallaron en un estruendoso clamor. Pero la alegría duró poco, ya que la agresiva retórica de Hitler le condujo a una nueva prohibición de hablar en público, esta vez de dos años.